Kubbahía Bolero Quattro
Sabíamos que la diligencia hasta Talarrubias se retrasaría hasta la exasperación, aún más, al llevar como equipaje dos pesados fardos llenos de nubes negras como el picón.
El primero se evaporaba en el sol tórrido de agosto tras una tormenta insólita. Las gafas redondas de Hilario eran dos gotas tras las cuales se veía el fanal de Machado y tras las del poeta, entre cenizas y migajas, podía divisarse el arco iris redondo, y en la hierba, a ambos merendando croquetas y empanadas junto a Alicia la de Wanderlán.
-“Me llevo el cencerro” , dijo solemnemente Xabi Liberat. Cerró su portátil de un golpe no dando crédito a tan mala nueva que añadía un tercer saco de desdichas a nuestras espaldas. No volveríamos a chatear con Guillermo.
Por mi parte, como dice el bolero, puse a prueba mi frialdad agosteña orando en catacumbas y osarios que florecían entre latones y herrumbres. Vacié el cenicero del coche que tenía una amalgama de pavas, puchos, habanos, chicles imposibles de desentrañar por el más sabueso. Me armé de valor y deposité en la escayola el periódico y los cuatro claveles rojos. Lancé desde la tela metálica las cuatro rosas a la fosa. Seguí el camino.
Cruzamos el río Búrdalo, pleno de graveras. Un elanio azul desde la alambrada oteaba las tomateras de Santa Amalia. Otro pitillo para los viajeros. ¡Ventilemos, que entre el aroma de los frutales de Valdivia!
Budy Germán no se me iba de la mollera. No le envié mensaje alguno, pero su destreza y feeling nos hubiese venido de perlas en el jardín de la mansión fantástica.
-“Así aso la guitarra Ibanez Artits…”-Interpelé a Monty.”Le he limpiado el óxido con papel de lija y ahora el jack busca la clavija. Va como la seda”. El pianista sólo sonrió, sudando a chorros con una maraña de cables y alargadores llenos de todos los alberos peninsulares.
La cancela estaba abierta. Tomamos posiciones en el jardín. La puerta hermosamente modernista crujía y se nos abría de piernas de par en par. Retomamos posiciones en el vestíbulo.
-¡Aaa de la casa! ¿Quién vive?- rugió David el intrépido. Silencio como respuesta. Los aparadores y alacenas decimonónicos eran cajas de resonancia a nuestras voces:
-“¡Oiga…iga…ga…ga…!”- las telarañas sesteaban sueños centenarios colgadas de la lámpara de cristales.
Nuestro camerino fantasmagórico se esfumó al ver sobre la mesa camilla un paquete de Fortuna y un periódico doblado.
La diva Chamba bajó con parsimonia las escaleras que crujían como los cheetos en la puerta del colegio y se encaminó hacia el Escenario. Un solo interminable de caja y charlie la aguardaban. Se hizo la noche. Tomó el micrófono. Soto voce. Dolce. Sonó il violino col legno. Silencio total. El piano derramó escalas y acordes diminuendo. Silencio parcial. Lagrimones oscos en el firmamento siberiano. Un aliento amigo que huele a pescado de rio. De bolo en bolero, se consume nuestra clepsidra. Al lucio le sucede el black-bass, y a la carpa el siluro (…)
Sabíamos que la diligencia hasta Talarrubias se retrasaría hasta la exasperación, aún más, al llevar como equipaje dos pesados fardos llenos de nubes negras como el picón.
El primero se evaporaba en el sol tórrido de agosto tras una tormenta insólita. Las gafas redondas de Hilario eran dos gotas tras las cuales se veía el fanal de Machado y tras las del poeta, entre cenizas y migajas, podía divisarse el arco iris redondo, y en la hierba, a ambos merendando croquetas y empanadas junto a Alicia la de Wanderlán.
-“Me llevo el cencerro” , dijo solemnemente Xabi Liberat. Cerró su portátil de un golpe no dando crédito a tan mala nueva que añadía un tercer saco de desdichas a nuestras espaldas. No volveríamos a chatear con Guillermo.
Por mi parte, como dice el bolero, puse a prueba mi frialdad agosteña orando en catacumbas y osarios que florecían entre latones y herrumbres. Vacié el cenicero del coche que tenía una amalgama de pavas, puchos, habanos, chicles imposibles de desentrañar por el más sabueso. Me armé de valor y deposité en la escayola el periódico y los cuatro claveles rojos. Lancé desde la tela metálica las cuatro rosas a la fosa. Seguí el camino.
Cruzamos el río Búrdalo, pleno de graveras. Un elanio azul desde la alambrada oteaba las tomateras de Santa Amalia. Otro pitillo para los viajeros. ¡Ventilemos, que entre el aroma de los frutales de Valdivia!
Budy Germán no se me iba de la mollera. No le envié mensaje alguno, pero su destreza y feeling nos hubiese venido de perlas en el jardín de la mansión fantástica.
-“Así aso la guitarra Ibanez Artits…”-Interpelé a Monty.”Le he limpiado el óxido con papel de lija y ahora el jack busca la clavija. Va como la seda”. El pianista sólo sonrió, sudando a chorros con una maraña de cables y alargadores llenos de todos los alberos peninsulares.
La cancela estaba abierta. Tomamos posiciones en el jardín. La puerta hermosamente modernista crujía y se nos abría de piernas de par en par. Retomamos posiciones en el vestíbulo.
-¡Aaa de la casa! ¿Quién vive?- rugió David el intrépido. Silencio como respuesta. Los aparadores y alacenas decimonónicos eran cajas de resonancia a nuestras voces:
-“¡Oiga…iga…ga…ga…!”- las telarañas sesteaban sueños centenarios colgadas de la lámpara de cristales.
Nuestro camerino fantasmagórico se esfumó al ver sobre la mesa camilla un paquete de Fortuna y un periódico doblado.
La diva Chamba bajó con parsimonia las escaleras que crujían como los cheetos en la puerta del colegio y se encaminó hacia el Escenario. Un solo interminable de caja y charlie la aguardaban. Se hizo la noche. Tomó el micrófono. Soto voce. Dolce. Sonó il violino col legno. Silencio total. El piano derramó escalas y acordes diminuendo. Silencio parcial. Lagrimones oscos en el firmamento siberiano. Un aliento amigo que huele a pescado de rio. De bolo en bolero, se consume nuestra clepsidra. Al lucio le sucede el black-bass, y a la carpa el siluro (…)
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