El segundo vehículo de la expedión acabó con sus hierros junto a la tapia del cementerio. Los cervatillos saltaban por el capó del auto sincronizados con la canción Fantoche que rugía cuadrofónica desde un salpicadero abarrotado de esqueletos saltimbanquis. Sapha quiso hacer una paella antes del concierto, pero se le olvidó el azafrán en el zaguán.
La estupendofrenia duró hasta altas horas, más de las que los relojes permiten.
El rocío como mezcla de Almax-Ibrupoceno provocaba olas de aceite y ajo.
Un pueblo aparentemente sólo y pelado y unas piedras que llevan 25 tacos sin transfusiones.
¡ K vivan las escuelas de las pampas ! viste, vos?
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